Lo primero que llama la atención de esta ciudad conforme te aproximas a ella por carretera en medio de la noche es la enorme silueta iluminada de la montaña donde se ubica la famosa mina de Potosí. Se cuenta que el tesoro escondido en su interior fue descubierto de forma fortuita por un pastor quechua en 1545, que tras encender una fogata para pasar la noche se dio cuenta que entre las brasas brillaban unos hilillos de plata. Desde entonces se ha seguido extrayendo plata de este lugar de manera ininterumpida por un valor incalculable, hasta tal punto que en el momento de mayor auge de esta explotación se decía que con todo el mineral extraído se podría hacer un puente de plata que conectara América y Europa. Ahora puedo entender el famoso dicho «vale más que un potosí» que en su día acuñó Cervantes.
Al día siguiente y ya con las primeras luces tocaba la visita obligada a las minas. Nada más recogernos del hostal nos llevaron a un almacén donde nos disfrazaron de mineros. Visto el resultado he de reconocer que mucho estilo no tengo…
Los guías que se encargan de hacer las visitas normalmente son ex-mineros experimentados y se conocen todos los recovecos de la mina como la palma de su mano. La montaña está convertida en un gran queso de gruyere y existe un laberinto de tuneles entrelazados a distintos niveles con tramos que pueden llegar a tener hasta 4kms de longitud.
El trabajo aquí siempre es a destajo, no existen los salarios fijos y cada minero gana en función de la cantidad de metal que extrae, y de esta cantidad tiene que pagar un 20% de impuestos al gobierno de Bolivia. Actualmente esta mina da trabajo a 17000 personas, que no podrán trabajar más allá de los 45-50 años debido a la dureza del trabajo. Muchos de estos mineros fallecen prematuramente a causa de la enfermedad de la silicosis.
Si simplemente dando un paseo por las calles de la ciudad de Potosí, a más de 4000 metros de altitud, notas una cierta dificultad para respirar, cuando te sumerges en las profundidades de la mina comienzas a jadear al mínimo esfuerzo y en algunos momentos notas que te falta el aire para respirar. Esto unido al calor asfixiante y los olores de azufre y otros minerales hacen que a ratos la situación sea un poco agobiante.
Pudimos comprobar de primera mano el día a día de uno de los oficios más duros del mundo, conociendo el proceso completo desde la denotación, carga y transporte de los minerales hacia el exterior hasta la posterior clasificación. Los mineros empujaban por railes rudimentarios carros llenos de piedras de más de una tonelada, y se podía ver en sus caras el sufrimiento. Para sobrellevar ese tremendo esfuerzo mastican hoja de coca, toman bebidas energéticas especiales y hasta toman alcohol de 96º, que además pone en su etiqueta «buen gusto» (yo le pegué un trago y me tuvo enfermo en la cama toda la tarde)
Es realmente una sensación incómoda el hecho de visitar una mina donde todavía hay personas trabajando. A este lado los turistas ataviados con nuestras mejores cámaras y al otro los trabajadores en un día rutinario sudando la gota gorda para ganarse unos cuantos bolivianos. No debe de ser agradable para ellos sentirse observados mientras trabajan, como he de confesar que tampoco lo fue del todo para mi. Aunque quisimos echarles una mano cargando el carro y empujándolo, creo que no nos podremos hacer nunca una mínima idea de lo dura que es la mina.
Esta visita turística de 2 o 3 horas nos dejó exhaustos, así que no puedo imaginar el sacrificio de estos mineros día a día en sus largas jornadas de trabajo. Para la próxima vez que vuelva a quejarme de mi trabajo delante de un ordenador en una oficina climatizada, me acordaré de ellos y estoy seguro de que pronto se me pasará la tontería.
Otra de las visitas cercanas a la ciudad que merece la pena es el Ojo del Inca, una misteriosa laguna aparentemente tranquila e inofensiva pero que a veces engulle a gente. Sin ir más lejos la semana pasada murió un bañista arrastrado por uno de los remolinos que se forman en su interior. En estos días se encuentra cerrado al público por este suceso y hablando con la persona de mantenimiento nos contaba que es algo misterioso lo que ocurre en esas aguas y que nadie se ha atrevido a sumergirse en el centro para conocer la profundidad exacta. El agua brota desde el fondo de la laguna a una temperatura tan alta que es imposible de resistir por el ser humano.
También pudimos comprobar el fervor que existe en esta ciudad por el futbol. Es tal la magnitud de esta pasión que en una de las calles principales hay una estatua en honor a uno de sus jugadores mas laureados. Fijaos bien en el escudo del Real Potosi, a ver si os resulta familiar…