San Pedro de Atacama tiene una energía especial que se percibe desde el primer paso que das en el pueblo hasta que te vas de allí, eso si consigues irte porque no son pocas las personas que quedan prendadas del embrujo de este lugar y se quedan para siempre a vivir aquí. Esta población del norte de Chile es un auténtico oasis dentro del desierto más árido del mundo, el desierto de Atacama. Se encuentra estratégicamente situada a orillas del río San Pedro, el mayor río que llega al salar de Atacama. Debido a que se trata de un entorno desértico la oscilación térmica entre el día y la noche es enorme, y no te queda otra que vestirte a capas como las cebollas e ir quitando y poniendo según el momento. Además, en estas latitudes el aire es tan seco que los árboles a veces… se petrifican.
En este pueblo se ha creado una diversidad cultural de pacífica convivencia cuyo denominador común es el amor por la naturaleza y la valoración de la calidad de vida. Aquí la mayoría de las construcciones son ecológicas y se alimentan de energía solar, algo de lo que van bien servidos. Se respira armonía por sus calles y es un sitio que tiene un ambiente bohemio que engancha desde el minuto uno. Sus calles son todas de tierra y han sido tratadas con vichufita, un producto del salar que permite conservar su estética original ocasionando menor impacto medioambiental que el asfalto.
Es increíble como los descendientes atacameños consiguieron domesticar el desierto más árido del mundo y construir lo que hoy es este lugar, ya que como bien dicen ellos mismos, se encuentra «en el medio del medio de la nada».
Otra cosa que llama poderosamente la atención es la cantidad de perros sueltos que se ven por las calles. Al principio la ignorancia te lleva a desconfiar, pero poco a poco te das cuenta de que son todos pacíficos y cariñosos (y muy grandes, no verás un yorkshire). Son ya parte de la esencia de aquel lugar y parecen encantados de dar la bienvenida a los turistas. Me hizo mucha gracia cuando le pregunte a un chico de allí y me dijo que el pueblo se había rebautizado cariñosamente como «San Perro de Atacama».
El primer día volvimos a ponernos nuestros uniformes de bicivoladores y fuimos a conocer el Valle de la Luna, uno de los principales atractivos de la zona. Éste es sin duda uno de los paisajes desérticos mas atractivos y reconocidos del mundo. El paisaje allí parece como de otro planeta, con cañones que parecieran no tener fin donde sorprenden las formas arenosas y rocosas formadas a los largo de los años por la erosión. Las grandes extensiones de arena salpicadas con el color blanco de la sal, dan la sensación de estar caminando por la superficie lunar. La ausencia de vida animal y vegetal, así como la falta de humedad, lo convierten en uno de los rincones mas inhóspitos de la Tierra. Con un calor infernal y bien provistos de agua nos pusimos en marcha. Por delante 8kms hasta llegar al final del recorrido, unas minas escondidas al final de un pedregoso y sinuoso camino que conduce a ellas. Al recorrerlo tenías la sensación de haber aterrizado en un lejano planeta sin restos de vida humana.
El tiempo apremiaba y teníamos que regresar a tiempo para ver el atardecer en uno de los puntos del recorrido conocido como la Gran Duna. Comenzaba en ese momento una contrarreloj contra el sol, muy pocos minutos antes del ocaso y todavia muchos kilómetros por recorrer. Apretando los dientes me vinieron a la mente las mejores contrarrelojes de Indurain… pero mi rival de hoy era implacable, sabía que tenía que dar lo mejor de mi para llegar a tiempo.
Apenas ya sin agua en el botellín y con un viento de cara que te dejaba casi frenado, el recorrido fue un auténtico reto. Al final el dolor de piernas mereció la pena y ahí estaba todavía el sol, a punto de esconderse tímidamente entre las montañas…
Todavia con agujetas, al día siguiente volvimos a alquilar bicicletas para conocer el Valle de la Muerte y su famosa piedra del Coyote, una roca suspendida en el aire desde la que se divisan unas vistas únicas de todo el valle.
Un tramo más corto que el día anterior pero con rampas muy exigentes y llenas de arena por las que tenías que subir con la bicicleta a hombros porque se te quedaba totalmente clavada y era imposible avanzar.
Allí arriba las vistas del todo el valle son espectaculares. Para hacerse la foto en el borde del precipicio era mejor quitarse la gorra porque con el viento que corría podía acabar en la luna…
Y como viene siendo ya una costumbre el último día lo dedicamos a un plan más de relax después de tanto trote con la bici.
En las termas de Puritama existen 8 pozas escalonadas unas tras otras donde poder bañarse, con temperaturas que oscilan entre los 32 grados de la poza más alta hasta los 27 grados de la última poza.
Esta temperatura tan agradable se debe a que en la parte superior del cañón confluyen dos ríos, el rio Puritama de aguas termales y el río Purifica de aguas heladas. Sus aguas tienen cualidades terapéuticas, yo quedé tan relajado que a la vuelta en la furgoneta fui durmiendo como un bebé.
La última noche que pasamos allí quisimos buscar un sitio donde pegarnos un homenaje en forma de cena. La oferta de restaurantes y locales para tomar algo allí es interminable, con una decoracion y un ambiente increibles. Los ves desde la puerta y te apetece entrar a cenar en todos ellos. Intentamos entrar a un par de ellos y estaban hasta la bandera (esto un miércoles pelado en temporada baja), y cuando ya encontramos un sitio con hueco nos dijeron que teníamos que compartir mesa con las personas que ya estaban cenando alli, y nosotros encantados. A nuestro lado una chica chilena y un chico español con los que comenzamos a conversar mientras disfrutábamos de la música en directo y las abundantes raciones. El chico nos contó que tenía familia en un pueblo manchego pero que no recordaba el nombre en ese momento. Al rato de estar cenando me dice ¡Valdeganga se llama el pueblo! Cuando escuché ese nombre (será que hay pocos pueblos en España) casi me atraganto de la risa, es el pueblo de mis padres. El chico resulta que era primo hermano de una amiga mía de allí. Si cuando dicen que el mundo es un pañuelo…
Y por si todo esto fuera poco, San Pedro es un sitio maravilloso donde poder ver las estrellas. Aquí se encuentra el observatorio astronómico más grande y más alto del mundo. Se dan las condiciones perfectas para observar el firmamento con una precisión extraordinaria. Descubrir cómo surgió la vida en el Universo es uno de los exigentes retos de este observatorio. En un sitio donde llueve varios días al año, justo el día que quisimos ver las estrellas salió nublado, así que ya tengo excusa para volver algún día.
Escribo estas últimas líneas desde el bus que nos llevará a Salta y vengo todo el rato pensando lo mucho que me ha gustado este pueblo y la pena que me ha dado irme de allí. Entre lo alucinado que estoy de haber conocido este lugar inesperado y el recuerdo de los perros que allí viven tan integrados sólo me viene una palabra a la mente para resumir los días tan increibles que he pasado allí… ¡Guau!
Como siempre…guau!!!
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