Me habían comentado que Buenos Aires recuerda en muchas cosas a Madrid, y es algo que cuesta creer hasta que pasas unos días en la capital argentina y compruebas que realmente es verdad. Tardamos como hora y media de atasco para entrar en la ciudad hasta llegar a la estación de omnibus, la primera en la frente…
Una de las formas más interesantes de empezar a conocer una ciudad es a través de tours gratuitos a pie, y allá que nos fuimos. Con un calor infernal comenzamos a caminar por las calles de la ciudad, conociendo su historia así como los personajes más relevantes que la habían convertido en lo que es hoy.
Una vez que comienzas a patear la ciudad es cuando empiezas a ver los parecidos, creí ver ante mis ojos el Paseo de la Castellana cruzando la avenida principal de la ciudad, y al girar una de las calles y levantar la cabeza pensé que estaba ante el edificio que hay en Gran Vía, sólo le faltaba el letrero de Schweppes… Hay incluso paradas de subte que tienen los mismos nombres, pero si algun día viajando en metro en Buenos Aires crees estar en un vagón del metro de Madrid no es una imaginación, hace unos años parte de la catenaria de la linea 6 madrileña fue reutilizada aquí. Una vez que has vivido ambas ciudades es cuando realmente percibes todas estas similitudes, incluso vives sensaciones que te resultan familiares pero que no se pueden explicar con palabras.
Tuvimos la ocasión de conocer los mejores sitios donde poder degustar platos típicos de allí como el mondongo, algo que sólo por el nombre nunca hubiéramos pedido. Menos mal que ibamos con una chica bonaerense que habíamos conocido semanas atrás en el viaje y nos lo aconsejó porque estaba requetebueno.
Otra de las cosas que se me quedarán grabadas también de mi paso por esta ciudad fue el espectáculo Fuerza Bruta, más de ochenta minutos de energía desmedida que te hacen vibrar como ningún otro espectáculo en el mundo. Es tan original y tan indescriptible que no sabría compararlo a nada de lo que haya visto antes, y lo mejor de todo es ir sin saber ni siquiera de qué iba (como hicimos nosotros). Es cuestión de confiar en quien te lo aconseja, ponerte una venda imaginaria en los ojos y comprar la entrada sin pensarlo. De hecho no voy a poner ninguna foto del espectáculo para que, si confias en mí, vayas a verlo.
La siguiente tarde la dedicamos a dar un paseo por la renovada zona de Puerto Madero, donde pudimos ver también la inconfundible huella del arquitecto Santiago Calatrava en uno de sus puentes. También nos dimos por allí un homenaje en forma de parrilada de carne argentina, qué cosa más sabrosa.
Un restaurante de tenedor libre donde puedes comer toda la carne que quisieras, además de un litro de bebida por persona… cuando llegó la hora de pedir el postre no sabíamos donde escondernos.
Pudimos disfrutar de un domingo lleno de vida recorriendo las calles del barrio de Boca, un lugar que ha sabido mantener su autenticidad y encanto especial a lo largo del tiempo. Se respira tango en cada paso y sus calles están salpicadas con casas coloridas llenas de monigotes en los balcones parecidos a los ninots que ponen en las fallas.
Además ese día jugaba Boca Juniors como local y vivimos el ambiente previo al partido en los aledaños del estadio. Aquí el fútbol se vive de una manera muy pasional, y muchas horas antes del choque ya se respira emoción en cada rincón. La policía se encarga de vallar el perimetro del estadio desde dos manzanas antes de llegar, y en esa zona sólo pueden acceder aficionados con entrada.
Sentí que el espíritu de Diego Maradona sigue más vivo que nunca, y tuve una gran emoción al pensar que tras esa enorme pared se habían vivido muchos de los mejores momentos de la mejor zurda de la historia que tantas veces he visto repetidos por televisión.
Ese mismo día también pudimos perdernos por el mercadillo de San Telmo, que siguiendo con las analogías me recordaba al rastro madrileño. Allí puedes encontrar artículos de todo tipo tanto originales como de segunda mano y es una calle tan larga que se pierde de vista el final entre la marea de gente. Incluso me pareció ver a Berto Romero en uno de los tenderetes.
La última noche que pasamos en la ciudad porteña la dedicamos a aprender a bailar tango y milonga. Para ello fuimos a una sala de baile donde ofrecen clases para todos los niveles, desde las personas que nunca han bailado hasta aquellos que buscan perfeccionar su técnica. Justo enfrente de la puerta del local hay un pequeño croquis en la acera de cómo empezar, y es inevitable ponerte a bailar allí mismo de manera casi espontánea.
Siempre recordaré que esos primeros ocho pasos de tango los aprendí de la mano de la chica más relinda de Buenos Aires… mi Buenos Aires querido
Ooooh! Realmente linda! Y el que se esconde tras la carta de postres, ese que siempre está pero que nunca aparece… Jejejjeje. Magnifico relato! Os deseo suerte por los lares en los que estéis en estos momentos… Y gracias por permitirnos viajar con vosotros, aunque sea con los ojos cerrados y desde casa , a través de tus palabras en este blog.
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