La Tierra del Fin del Mundo

Aquí en Ushuaia todas las cosas son «las del fin del mundo». El faro del fin del mundo, el tren del fin del mundo, la señal del fin del mundo y así… hasta el fin del mundo. 

No en vano está considerada la ciudad más austral del planeta, y de ahí viene su fama de lugar recóndito que tan bien han sabido aprovechar. 

Uno cuando mira detenidamente el mapa del sur de la Patagonia parece como si el lado izquierdo estuviera desmenuzándose a trocitos cayendo estrepitósamente sobre la Antártida…

Esta orografía hace muy complicadas las comunicaciones por tierra en esta zona, y lo que en otro lugar sería un cómodo viaje por carrereta aquí se convierte en una auténtica gymkana donde hace falta coger un bus, dos ferries y cruzar varias veces la frontera con el consiguiente tiempo de espera y los siempre farragosos papeleos.

Después de la odisea para llegar hasta aquí, el primer día hicimos un trekking hasta el glaciar Vinciguerra. En el trayecto pudimos vivir todas las estaciones en una, desde ir en manga corta asados de calor hasta tener que volvernos al poco de estar allí porque tiritábamos de frío mientras comíamos.

Se nota que es una zona donde el tiempo está loco de remate, y todo el trayecto se encuentra totalmente embarrado de manera habitual.

El plato fuerte llegó al día siguiente, por fin íbamos a cumplir nuestro sueño de pasear rodeados de pingüinos. Nos subimos a bordo del catamarán que nos llevaría a la isla donde se encuentran los pingüinos. De camino el capitan nos fue parando en varios islotes donde convivían diversos tipos de animales marinos. El sonido que emiten los leones marinos cuando están enfadados es de esos que impresionan y se quedan grabados al oirlo tan de cerca, realmente estruendoso.

Una vez atracado el catamarán en un muelle cercano del canal de Beagle, nos montamos en una pequeña lancha para poder llegar a la isla donde están los pingüinos sin invadirlos demasiado. Una vez abajo de la barca comenzamos a andar sigilosos por la playa entre ellos, tratando de no estresar a ninguno  con nuestras ansias de acercarnos demasiado.

La guía nos indicó que el momento cuando ellos se alejan es porque comienzan a sentirse invadidos, pero algunos de ellos se notaban muy acostumbrados a estar con personas tan cerca porque ni se inmutaban cuando les hacías un posado robado con la cámara. Son muy graciosos y con sus continuos espasmos cervicales nunca sabes en qué momento exacto hacerles la foto para que salgan guapos.

Tuvimos mucha suerte porque en ese día en la isla había tres especies distintas de pingüinos como el imperial, el magallánico e incluso pudimos ver al enorme pingüino rey en la orilla como mirando al horizonte de manera meláncolica preguntándose por qué estaba allí entre tanto pingüinito…

Nos explicaron que acuden a esta isla a reproducirse, y pudimos ver hasta un pingüino con embarazo psicológico incubando una piedra fuera del resto del grupo… 

Ese día tambien visitamos el museo de especies marinas donde se encuentra la mayor colección de esqueletos de cetáceos del mundo. En el tour en inglés tuvimos la suerte de que nos llevaron a la caseta de los huesos, donde se produce el proceso de descomposición del animal una vez muerto hasta que se pudre y se pueden extraer los huesos. El olor ahí dentro era muy fuerte, e incluso tenían un pingüino fallecido recientemente en estado de descomposicion.

La salida de Tierra de Fuego fue muy difícil, en fechas navideñas los pocos buses que hay se encuentran colapsados y no hay pasajes libres en muchos días, lo que nos obligó a cambiar nuestra ruta de vuelta para llegar a tiempo a nuestro siguiente avión. Nos contaron que allí nadie se atreve a montar una empresa de autobuses, directamente quiebran una tras otra. No es sostenible para ellos que durante 11 meses al año los autobuses que conectan con Ushuaia con el resto de ciudades cercanas vayan prácticamente vacíos. 

Ya hemos tocado el fin del mundo, así que poco a poco vamos a ir empezando a volver a nuestras casas. Eso sí, nos lo tomaremos con mucha calma y aún tardaremos unos cuatro meses como poco. No nos esperéis para cenar. 

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