Si hay algo que pone de acuerdo a casi todo el mundo es que la isla sur de Nueva Zelanda, la de mayor tamaño, es también la más bonita. Allí hemos podido visitar lugares tan increíbles como Milford Sound, Abel Tasman o el glaciar Franz Josef entre otros. En este último, el punto hasta el que te puedes aproximar para verlo depende cada día de la meteorología, y esto es por temas de seguridad ante posibles desprendimientos. Había de hecho durante la caminata carteles con recortes reales de periódicos donde salían noticias de turistas que habían muerto sepultados por el hielo por querer verlo demasiado cerca. Tras un buen rato andando bajo la lluvia, nos encontramos con este señor que nos dio el alto. Allí se tira día y noche a la intemperie y siempre con una sonrisa. Le chocamos los cinco y de vuelta para el coche, el glaciar se veía bastante lejos todavía. Después de haber tenido el perito Moreno en los morros esto nos supo a poco, la verdad.
En nuestra ruta por carretera hicimos un desvío para pasarnos por las cuevas de Waitomo, conocidas mundialmente porque su interior está plagado de luciérnagas. Es una experiencia única y una de esas maravillas que la naturaleza es capaz de ofrecernos. Allí contratamos también una de las actividades de aventura, una especie de rafting a través del riachuelo que atraviesa la cueva con la única ayuda de un flotador. Por un día volvimos a ser niños otra vez, y chapoteamos en un agua totalmente congelada.
Recuerdo que después de saltos al vacío incluso de espaldas, bajar por aguas con rápidos e investigar cada recoveco llegó el momento más especial. El monitor nos pidió que apagáramos las linternas, que guardáramos silencio absoluto y que confiáramos en él. Uno por uno en total oscuridad nos iba soltando tumbados en nuestro flotador a merced de la suave corriente. No sabría explicar la paz que sentí en ese momento, dejándome llevar por el agua embriagado por las lucecitas que plagaban el techo como si fuera un cielo estrellado… un momento mágico.
A veces las correprisas reservando un alojamiento te traen sorpresas, como nos pasó un día. Llegamos al B&B y la señora empieza a hablarnos del bote donde íbamos a pasar la noche, nosotros nos miramos extrañados el uno al otro como diciendo… «¿el bote? ¿qué bote»? Pues resulta que no habíamos reservado una habitación al uso sino un bote en mitad de un jardín. Estaba cuidado hasta el más mínimo detalle con una pasarela como si estuviera amarrado al muelle, una auténtica monería. Después de hacer el tonto lo que no está escrito (simulando que estábamos en un barco en alta mar, cantando la canción del barco de Chanquete…) al final el sueño nos pudo y caímos rendidos. ¡He de decir que es un sitio comodísimo para dormir!
También hemos hecho kayak, pero esta vez queríamos salirnos de los tours guiados en los que todo el mundo tiene que seguir al guía como los patitos siguen a su mamá pata.
Cogimos un par de kayaks para navegar a mar abierto bordeando la costa a nuestro antojo, sin rumbo y sin prisas… Pude sentir la libertad en cada palada y explorar cada rincón sumergido entre aguas cristalinas, y hasta tuve momentos para el relax simplemente para observar y disfrutar del entorno que me rodeaba.
En Queenstown los bicivoladores volvieron al ataque, y esta vez con el más difícil todavía. Nuestra idea era alquilar una bici para dar un paseo tranquilamente, y cuando vimos que el chico de la tienda nos empezaba a dar casco integral, rodilleras, coderas… vimos que algo emocionante nos venía encima. La colina de esta ciudad se ha convertido en auténtico circuito de mountain bike, donde están las bajadas más emocionantes y espectaculares que he visto en mi vida, y eso que escogimos la ruta de nivel intermedio. Una vez abajo de vuelta en la ciudad y sin adrenalina que llevarnos a la boca, fuimos a darnos un homenaje.
Aquí en esta ciudad se encuentra la considerada por muchos «la mejor hamburguesa del mundo», un título tan subjetivo como codiciado en todo el planeta. Un pequeño local con colas durante todo el día, y que hamburguesa a hamburguesa ha conseguido ese renombre a nivel mundial en muy pocos años desde su apertura. A pesar del éxito han preferido no expandirse ni ampliarse como franquicia, lo que lo hace todavía más genuino. No sé si es la mejor, pero la más grande que he comido en mi vida seguro que sí. Yo todavía no sé cómo conseguí comerla entera, todavía llevo agujetas en la mandíbula.
Y así fuimos apurando los últimos días en este país tan lejano. Gracias a las nuevas tecnologías y a los smartphones puedes sentirte que acortas las distancias con tus seres queridos en todo momento, por la inmediatez con la que puedes comunicarte con ellos. Pero es cuando te cruzas con una señal de este tipo cuando realmente eres consciente de lo lejos que estás de tu tierra…