Buscando a Nemo

Ya estábamos de nuevo en la civilización y tocaba alquilar un coche para recorrer la costa este australiana. Después de mirar en varias páginas locales que nos habían aconsejado y de quitarnos a nosotros mismos el coche más barato al haber simulado la misma reserva minutos antes, nos vimos obligados a coger otro del siguiente segmento. Fuimos a la compañía en cuestión y al no tener disponibilidad de vehículos de esa gama nos dieron otro de mayor categoría todavía. Total, que sin comerlo ni beberlo al final hemos terminado alquilando un cochazo para estos días.

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Comenzamos a conducir y el primer cartel que ves a la salida de Brisbane impresiona bastante. Teníamos Cairns, nuestro destino final, a una nada despreciable distancia de 1679 kilómetros. Lo bueno es que teníamos muchos días por delante para recorrerlos e iríamos parando en los puntos más interesantes de esta ruta. Una de las cosas que nos llamó la atención circulando por esta carretera es que, para evitar distracciones por sueño, juegan contigo al trivial a través de las señales de tráfico. Te formulan una pregunta, y el juego consiste en aguantar despierto sin morirte hasta la siguiente señal para conocer la respuesta. Una de ellas preguntaba por el mayor ser vivo de todo el planeta, y la respuesta no era otra que la Gran Barrera de Coral que justamente visitaríamos pocos días después.

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Nuestra primera parada fue en Hervey Bay, desde donde saldría nuestra excursión para explorar la Fraser Island, la mayor isla de arena de todo el mundo. Con una longitud de más de 120km de pura arena blanca de playa, cuesta creer como en una tierra así técnicamente no fértil haya crecido tanta vegetación. El conductor lo resumió muy bien en una de sus explicaciones: es la naturaleza y la naturaleza hace lo que quiere… ahí queda eso, a ver quién se atreve a rebatir tal argumento.

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Tras cruzar la isla por los sinuosos caminos de arena donde más de un coche se quedaba atascado aparecimos al otro lado de la isla. Una vez allí comenzamos a recorrer hasta el extremo norte una playa de más de 75 millas que como no podía ser de otra manera era… sí, de arena.

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La sensación que tuve nada más aparecer en la orilla de la playa montado en un coche fue como el subidón que tienes en la tripa en la montaña rusa a punto de la primera bajada, una sensación de euforia indescriptible. Con el 4×4 a toda velocidad esquivando las olas a volantazo limpio con una precisión milimétrica fuimos avanzando playa arriba hasta alcanzar la punta norte. Durante el camino hicimos varias paradas, y una de las más llamativas fue la de poder contemplar los restos de un buque de más de 122 metros de eslora que naufragó en 1935 a causa de un ciclón.

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Es el trayecto en coche más emocionante que he hecho en toda mi vida, y la siguiente vez que cogí el coche en una carretera normal asfaltada notaba como que me sobraban señales de tráfico y me faltaban olas.

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La última parada de esta excursión era en las Piscinas de Champagne, y es que se llama así porque se crea un remanso de agua donde poder bañarse de manera más o menos segura al lado del bravo océano. Las olas al romper con las rocas generan la espuma que en este caso simularía el champagne recién servido. El chófer nos dijo que allí era razonablemente seguro bañarse, pero hizo mucho hincapié en que tuviéramos muy presente en todo momento el significado de la palabra «razonablemente» (a buen entendedor pocas palabras bastan).

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Y para contar lo que hicimos en la siguiente parada por la costa este me tengo que remontar muchos años atrás. Un día hace mucho tiempo navegando por internet me encontré por casualidad (aunque cada vez creo más que fue causalidad) una playa que me llamó muchísimo la atención. Ese año había sido elegida por un famoso portal de viajes como una de las playas más bellas del mundo.

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Como para esto del hedonismo siempre he sido muy activo, investigué un poco más y ya me enteré de su nombre y su localización exacta, lo guardé en favoritos de mi navegador y ahí quedó la cosa latente durante muchos años. Y como el destino siempre nos está esperando con cosas buenas, aquí seguía esta misma playa sin yo saberlo esperándome en la ruta del primer gran viaje de mi vida. Llama la atención su arena, y es que se trata de los granos de arena más pequeños del mundo. Debido a su alto contenido en sílice (más de un 98%) no retiene el calor y se puede andar descalzo tranquilamente por ella incluso en los días más calurosos. La arena blanca de este lugar es única en el mundo, y nos contaron que debido a sus excelentes propiedades sirvió para la construcción de las lentes del famoso telescopio Hubble. Es tal el celo con el que se preserva esta arena, que si te encuentran algo de ella en el aeropuerto aunque sea en los bolsillos te pegan una multa muy buena.

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Para bañarte en estas aguas tan paradisíacas te aconsejan el uso de un traje de licra, porque las aguas están templadas y en esta época del año suele haber bastantes medusas. Por suerte no me crucé con ninguna, pero al poco de estar en el agua de pronto empecé a notar algo extraño en los pies. Eran unos cuantos pececillos juguetones pegándome mordisquitos en los dedos mientras yo intentaba enterrar los pies en la arena.

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Desde Townsville fuimos también a visitar la Magnetic Island, una isla que debe su nombre a que el capitán del barco que la descubrió tuvo serios problemas con su brújula magnética mientras se acercaba a ella. Leyenda o no, es una isla que irradia magnetismo en cada rincón. Allí pudimos hacernos amigos de unos canguros pequeñitos que habitan la zona, y que se acercan a ti muy amigablemente para tener algo que llevarse a la boca cada día.

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La mami a veces te hacía cosquillas en la palma de la mano para que le dieras más comida, pero yo no podía quitar la vista del renacuajo que asomaba por la ventana. Cada vez que intentaba acariciarle el hocico se escondía en su guarida al instante. Eso sí que es «casa» y no lo que teníamos nosotros de pequeños cuando jugábamos al escondite.

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Cairns es un lugar que apuesta por la actividad física de sus habitantes, promocionando actividades gratuitas al aire libre todos los días de la semana. Es algo que siempre he echado en falta, ya que un lugar donde sus habitantes estén sanos es la base para construir todo lo demás. Una de las tardes nos animamos a formar parte de la clase de aquagym que imparten en la piscina al aire libre que hay al lado del paseo marítimo. En esto creo que Cairns es un claro ejemplo a seguir.

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Hacer esnorquel por primera vez en la Gran Barrera de Coral australiana es como si jugaras el primer partido de fútbol de tu vida en el Santiago Bernabeu a rebosar de público, esto sí que es estrenarse a lo grande. Tras poco más de una hora de viaje en un yate con todas las comodidades, llegamos a la parte más alejada de la costa de la barrera de coral, donde nos habían dicho que estaba la mejor visibilidad y los mejores lugares para disfrutar de la experiencia.

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Una vez equipados nos lanzamos al mar, y lo que vi allí debajo es algo que no podía creer que fuera real. Era como si me hubiese caído de repente en un gigantesco acuario, con pececillos de todas las formas y colores rondando por doquier. Era tal la felicidad que tenía que de la sonrisa me entraba agua por la boquilla. Un fuerte soplido estilo ballena y el tubo libre de agua al instante.

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Estás tan impactado en los primeros segundos de inmersión que no sabes ni hacia donde mirar ni hacia donde dirigirte, porque quieres mirar hacia todos lados y dirigirte hacia todos lados para no perderte nada. Daba igual lo que te alejaras del barco, no dejabas de ver coral y peces de todas las especies por donde fueras. Muchas veces  te sentías tan mimetizado con el entorno que intentabas seguirlos hasta el fondo a pleno pulmón sintiéndote uno más de ellos, pero una opresión repentina en los pulmones pasados unos segundos te recordaba que eras humano y que debías volver a la superficie. Da igual lo rápido que avances hacia ellos incluso con las aletas puestas, siempre se zafan de ti a pocos centímetros con una expresión desafiante en sus caras como diciéndote «nunca serás uno de los nuestros…»

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Nos habían avisado que por esa zona podíamos ver algún tiburón, y todo el rato sientes la adrenalina de que en cualquier momento puedes girar la esquina de un coral y encontrarte de bruces con uno. La verdad es que todavía no se cómo habría reaccionado, si habría ido hacia él a hacerle fotos o si hubiera salido de allí por aletas, pero tiene que darte un vuelco al corazón la primera vez que ves un bicharraco de esos. A pesar de haber pasado más de cinco horas bajo el agua en un total de tres inmersiones, cada vez que sonaba la bocina del barco para que volviéramos a bordo me resistía a abandonar el mundo de los peces. Y es que hay cosas que no se pueden explicar con palabras…

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Hasta una pareja de peces que pasaba por allí me dijeron que podían posar para la foto haciendo el símbolo de Piscis, y ahí estaba yo con mi objetivo para inmortalizar el momento.

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Y por fin, después de mucho tiempo buscándolo por todos lados incluso preguntándole a una tortuga que vi por allí, ¡por fin encontré a Nemo!

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Allí estaba con su inseparable anémona retozándose todo el rato, como un gatito se retoza con la manta cuando le dejas subirse al sofá. A pesar de lo amigable que parece en la famosa película por lo visto en la vida real son muy territoriales y si te acercas demasiado a ellos tienen bastante genio.

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Se me están achinando los ojos, y no sé si es del sueño o porque ya me estoy mimetizando con la nueva etapa del viaje. Voy a tirar todos los chicles que me queden en la mochila, porque en la ciudad donde mañana aterrizaré está totalmente prohibido mascar chicle. Próxima parada, Singapur.

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