Vaya vaya… aquí sí hay playa

¿Qué solemos hacer con los bebés cuando queremos que se duerman cuanto antes? Mecerlos un poquito, ¿verdad? Pues eso es lo que hicieron conmigo en el tren nocturno con destino a Bangkok. Me mecieron de lado a lado con el traqueteo del tren y desde ese momento ya no recuerdo nada más. Pero volvamos al principio. Nada más dejar el mochilón comencé a recorrer todos los rincones del tren, era la primera vez que me subía en un tren así y parecía un niño con zapatos recién estrenados. Tanto quise explorar que un guardia me echó el alto cuando al acceder a uno de los vagones me dijo que a partir de ese punto era sólo para la tripulación y los maquinistas. Después de tomar algo tranquilamente en el vagón cafetería, donde había hasta Wi-Fi, volví al asiento que tenía asignado. Sobre las 8 de la tarde y en un abrir y cerrar de ojos los asientos se convirtieron como por arte de magia en confortables camas. Con un aire acondicionado ajustado en modo ártico no apto ni para pingüinos y al compás del chacachá, del chacachá del tren (estás cantando la canción y lo sabes)… nos fuimos durmiendo uno por uno. Cómo sería lo bien que dormí que lo siguiente que recuerdo es despertarme, mirar corriendo el móvil para localizarme en el mapa por GPS y ver si me había pasado de estación y respirar de alivio al ver que estábamos aminorando la marcha para entrar en la estación de trenes de Bangkok.

 

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Tras encontrarme con mis chilenas favoritas empezamos a planificar cómo iban a ser nuestros días de relax por las las playas del sur de Tailandia. Cuando despliegas el mapa de Tailandia y miras en el calendario los días que tienes previsto permanecer en ella, te empiezas a plantear cómo vas a hacer todas las conexiones para llegar a esas playas recónditas que un día viste en una postal en tan poco tiempo. Pero nada más lejos de la realidad, moverte por Tailandia es la cosa más sencilla del mundo gracias a sus billetes combinados. Sin salir de tu albergue puedes comprar un billete que te lleva desde la misma puerta hasta el sitio donde vayas. Una minivan te recoge, te lleva a la estación de tren, en la estación de destino te esperará un bus que te llevará al puerto donde finalmente un ferry te acercará a la isla que habías elegido, donde siempre habrá un taxista gustoso de llevarte a tu hotel por un módico precio. Lo que sobre el papel parecía una gran odisea, se convierte en un cómodo viaje «puerta a puerta», quedándote todo el tiempo del mundo para disfrutar.

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La primera excursión fue a la que quizá sea la playa más conocida de Tailandia, Maya Beach. No sé si fue la película de Leonardo DiCaprio la que la colocó en el mapa o ya era conocida de antes, pero el caso es que es un auténtico paraíso natural que ha muerto de éxito. El enclave de aquella playa es uno de los sitios más espectaculares que he visto jamás, pero aquello parecía la puerta de El Corte Inglés el primer día de rebajas unos minutos antes de abrir. Es tal la aglomeración de gente incluso en temporada baja que muchas agencias ofrecen tours especiales a primera hora del día bajo el lema «Viaje con nosotros y evite masificaciones».

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Mientras estaba en aquel paraíso imaginé qué tuvo que sentir la primera persona que, con su barquita de madera, descubrió por primera vez aquel precioso rincón. Y es que somos muchas personas viviendo en este planeta, y en este viaje me estoy dando cuenta de que normalmente elegimos los mismos cuatro sitios para ir. Algunos son tan excepcionales que consiguen poner de acuerdo a demasiada gente. Muchas veces me preguntó si existirá todavía algún rincón así de increíble en algún lugar del mundo y que nunca haya sido descubierto por ningún ser humano. Sin duda, sería el secreto mejor guardado.

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Otra de las islas que más me gustó fue Koh Tao, por el ambiente joven y sano que desprende. Todo tipo de actividades acuáticas por el día y un poquito de ambiente por la noche en garitos casi casi con el agua de la playa en los tobillos. Además me sorprendió positivamente la conciencia medioambiental que se lleva promulgando desde hace unos años en esta isla, para convertir al turismo en sostenible y poder preservar así este paraíso durante muchos años. Es un lugar donde no están permitidas las latas ni las botellas de plástico ya que al estar tan aislado y no tener un apropiado sistema de gestión de residuos sería insostenible. Además, el eslogan que abandera este movimiento me pareció de lo más acertado y original : «You CAN make the difference».

 

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Cuando cae la noche, empieza a sonar la música y los bares a pie de playa comienzan a poblarse de gente con ganas de pasar una agradable velada disfrutando de la brisa del mar. Cuando los más rezagados vuelven a sus hoteles, los madrugadores comienzan a preparar sus equipos de buceo para lanzarse al mar.

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Me despido de Tailandia también enamorado de su comida más conocida, el pad thai. Ha entrado de golpe en uno de mis manjares favoritos a partir de ahora. Así que por favor, si conoces a alguien que conozca a alguien que sepa de alguien que pueda conocer a alguien que sepa un buen sitio de pad thai, estaría eternamente agradecido para amenizar la espera hasta la próxima vez que vuelva por Tailandia. Lo tiene todo, sano, rico, nutritivo y muchas cosas más. Y cuando piensas que la eclosión de sabores no puede ser mejor, entonces llegan y te lo envuelven en tortilla francesa y es cuando se te comienza a caer la famosa lagrimita. Si cierro los ojos todavía puedo relamerme del toque final que le daba el limón recién exprimido y los cacahuetes molidos que esparcía por encima.

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Ah, el café con leche del 7eleven también será recordado durante bastante tiempo. No me gusta nada el sabor del café, pero éste estaba tan tan en su punto de todo (ni un grano de azúcar le hacía falta) que conseguía alegrarme todas las mañanas para empezar el día con energía. Very cool, please.

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Y después mucho carrete bacán, de disfrutar de nuestras chelas en chalas y conocer gente filete y nada fome es hora de dejar de ser un guateperro que es malo para la guata y los rollos y esconden para siempre las calugas. Evitando todo tipo de copuchas con mis minas favoritas y arrojando al tacho toda la mala onda . Aprovechando que los parlantes estaban pegados a nuestra pieza y era brígido dormir, nos tincaba bajarnos al tiro a por unos copetes con bombilla acompañados de unos maníes pero sin nada de joteo y con las sillas chuecas, que allí había caleta de gente desde cuicos hasta flaites pero nadie perno. Por la mañana sacábamos la chauchera donde guardábamos la cucha y sin ser manoguaguas nos ibamos a por unos queques. Por las noches una polera y una frasada no venían mal para los friolentos. Y así amigos es cómo aprendí a hablar en chileno, ¿cachai? 🙂

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