Londres y pa’ casa

Ya había estado unas cuantas veces en Londres y esta vez quería salirme un poco de los monumentos típicos, así que nada más llegar al albergue me até fuerte las zapatillas y me puse a andar sin rumbo por la ciudad. Me adentré en barrios escondidos con sinuosos callejones y recuerdo con especial cariño lo rico que me estuvo un zumo de naranja recién exprimida que me tomé en uno de los mercadillos más alternativos. El aroma a naranja fresca me hacía sentirme poco a poco más cerca de mi tierra.

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Y paseando paseando llegué a uno de los pasos de cebra más famosos del mundo. Éste en concreto tiene la peculiaridad de haber sido utilizado nada más y nada menos que por Los Beatles para inmortalizarse en una de sus portadas de disco más conocidas. Al llegar allí no daba crédito de lo que vi, colas de gente para poder «cruzar» el paso de cebra y hacerse la típica foto, y mientras tanto coches pasando a cada momento…

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La verdad es que no sería el sitio al que me gustaría ir a parar si me estuviera examinando del carnet de conducir, porque al ir por allí tienes un 99’9% de posibilidades de que se te crucen familias enteras justo cuando vas a pasar, o incluso ver gente tumbada durante varios segundos en el paso de cebra. Los conductores de autobús de línea regular que pasen por allí a todas horas no me imagino la cantidad de anécdotas que tendrán para contar. Esto sería un making of de la escena justo unos segundos antes de la foto.

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Uno de los sitios más curiosos de esta ciudad es el Speaker’s Corner, un lugar donde la máxima es la libertad de expresión, y donde personas con algo que decir y otras deseosas de escuchar se reúnen los domingos por la mañana para arreglar el mundo. No hay normas ni guiones, cualquier persona puede ir allí, subirse en su taburete y contar al mundo aquello que le quema por dentro. La última vez que vine por aquí no entendía ni papa de inglés, y esta vez por suerte o por desgracia sí que les entendía… sobre todo me conmovió la pasión con la que todo el mundo, tanto oradores como oyentes enfervorecidos, defienden sus ideas por muy alocadas que puedan parecer desde fuera. Y es así como el mundo avanza y se enriquece, mostrando pasión por lo que crees y conversando empáticamente con personas que ven las cosas de manera diferente a ti. Leí hace tiempo una frase de Gandhi que me encantó, y es «sé el cambio que te gustaría ver en el mundo».

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Este par de días en la capital británica también lo aproveché para encontrarme con amigos que hacía años que no veía. Los verdaderos amigos son aquellos que cuando los ves sientes como si no hubiese pasado el tiempo, y así me he sentido con ellos. A mi derecha os presento al futuro entrenador de basket de la selección española; lo dejo por escrito para dentro de unos años cuando volvamos a releer esto y veáis que no os engaño.

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También tuve un pie en cada longitud, en la mismísima línea del meridiano de Greenwich, y las agujas de mi reloj se volvieron locas moviéndose hacia adelante y hacia atrás cada vez que movía un pie y traspasaba de un lado a otro la línea que determina el origen de los husos horarios.

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Cuando paseo por una ciudad me gusta mucho fijarme en todos los escaparates, comercios, fachadas… y de repente me vi a unos centímetros delante de esta obra de arte. Era la primera vez en más de medio año que veía auténtico jamón ibérico, con su tocinito brillante y todo. Sólo me separaban de él un vidrio y unas cuantas libras, la sensación de alegría era como si fuera el primero que me comía en mi vida.

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Y claro está, tampoco pude resistirme a volver al mismo lugar desde el que hace ya muchos años hice esta misma foto, y ahí seguían las mismas nubes tanto tiempo después formando parte del atrezo. No me imagino este paisaje urbano con un cielo despejado, y es que como dicen, el tiempo es oro excepto en Londres que es húmedo y lluvioso.

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Y con mucha pena por la gran aventura que se acaba, pero con muchas ganas de volver a abrazar a los míos puse rumbo al aeropuerto. El vuelo transcurrió según lo previsto y al rato de estar en el aire caí dormido en un dulce duermevela, tan sólo el brusco golpe del tren de aterrizaje al tocar suelo me hizo despertar de repente. Lo primero que vi al abrir los ojos y asomarme por la ventanilla fueron las impresionantes Cuatro Torres de Madrid, me acababa de despertar de un sueño que parecía tan tan real que necesité pellizcarme en el brazo. Estaba soñando que acababa de dar la vuelta al mundo…

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